lunes, 9 de abril de 2018

Creando monstruos...

Hace unos días comencé a sentir un pequeño malestar: dolor de cabeza y de garganta, cuerpo cortado, flujo nasal, etc. Asumí que se trataba de un simple resfriado y lo dejé pasar. Días después todo empeoró, mi pecho roncaba con cada respiración, la garganta se negaba a dejar pasar cualquier alimento e, incluso la saliva, hacía que me retorciera de dolor. Si desde el principio hubiera hecho caso a mi esposo/spanker de acudir al médico, las cosas no habrían empeorado tanto, no solo en la cuestión de salud.

Al principio él insistió, me dijo varias veces que fuéramos con el médico y yo(spankee) me negué rotundamente, alegando que no era nada, que ni siquiera me sentía tan mal... Así, una tarde, después de este y varios motivos, si no me sentía tan mal, entonces podría resistir un ajuste de cuentas, ¿no?
Tirada boca abajo en la cama, pantalón y calzón en los tobillos, recibí una severa tunda con varios instrumentos pero, el principal, el protagonista del evento, fue una fina varita que, excelsa en su actuación, dejó muchas líneas marcadas de lado a lado en mis pobres nalgas.

Un par de días más adelante, el malestar era terrible, como les conté, hasta respirar era un reto. Decidí entonces ir al doctor pero, oh no, el tratamiento ideal para la terrible infección de garganta y oídos era, ni más ni menos que, unas inyecciones intramusculares de antibiótico y no sé qué más. Huí, ya sé que qué ridiculez pero, queridos amigos y lectores, ¿qué iba yo a decir si, el médico o enfermera, preguntaban acerca de las múltiples marcas en mi cola? Preferí quedar como una miedosa infantiloide ante las agujas, que enfrentar una situación incómoda. Mi esposo/spanker moría de risa.

Al día siguiente, ante la insistencia del médico, (y habiendo considerado mis opciones) volví al consultorio, recibí la receta, junto con un breve discurso/regaño por parte de mi doctor por haber reaccionado de esa forma. El acuerdo fue que mi esposo/spanker me aplicaría las inyecciones, y así fue.

Cabe aclarar que él no sabe inyectar, o no sabía porque tuvo que aprender... Aunque, tengo que confesarlo, la manera en que conseguí convencerlo para que lo hiciera, fue negociando un tratamiento médico completo, es decir, no habría tabletas o jarabes, todo sería a través de inyecciones y supositorios. Como lo leen, amigos... Fue la única forma en que conseguí tener un enfermero de cabecera.

No fue la primera vez que 'tomé' supositorios, pero sí la primera vez que alguien me los aplicó, la primera vez que tuve que adoptar una posición para recibirlos y, también, la primera vez que, con nalgadas de por medio, alguien me obligaba a seguir las instrucciones (reales) del médico.
No era un pudor normal, es decir, él conoce cada rincón de mi cuerpo... Pero eran un montón de emociones las que se me revolvían dentro, cada vez que me anunciaba que era hora de mi tratamiento.
Las primeras veces, yo me seguía sintiendo muy mal físicamente, después todo mejoró y eso permitió jugar un poco mientras, obediente y responsablemente, seguía las indicaciones de mi doctor, casi, al pie de la letra.

- Bájate el pantalón y ponte boca abajo. No te pongas dura porque, si no, no entra la aguja. Así, 'flojita', no duele, no seas llorona... Sigue y me vas a hacer que te dé verdaderos motivos para llorar, señorita. ¿Ya ves?, no dolió, no era para tanto. Ahora levanta ese culito porque todavía falta tu supositorio. No no, no hagas pucheros, el doctor dijo que debías hacer el tratamiento completo... Anda, separa un poco las piernas, así. No, corazón, no aprietes la colita porque me vas a hacer que te nalguee. Así, separa tus nalguitas con tus manos... Ahí está, ¿ves?, no era tan difícil. Ah no, ni te subas el pantalón, todavía faltan tus buenas nalgadas, que me las debes, no te hagas...

YoSpankee

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